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Bolívar, la más grande mentira de la historia, viene a ser la lista de conclusiones logradas después de miles de páginas, decenas de libros leídos sin propósito alguno, solo por el placer de leer. Fiel a la costumbre de usar lápiz y papel, las notas se multiplicaron hasta el desgaste normal del tema. Pero las coincidencias, asombrosas, en autores de disímil ideología, apuntaban a negar la imagen más estereotipada de don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. Aún hoy los exégetas se discuten unos a otros: este niega lo que aquel afirma o quien otro trata de explicar, disimular, lo que uno más consideró equi
Bolívar, la más grande mentira de la historia, viene a ser la lista de conclusiones logradas después de miles de páginas, decenas de libros leídos sin propósito alguno, solo por el placer de leer. Fiel a la costumbre de usar lápiz y papel, las notas se multiplicaron hasta el desgaste normal del tema. Pero las coincidencias, asombrosas, en autores de disímil ideología, apuntaban a negar la imagen más estereotipada de don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. Aún hoy los exégetas se discuten unos a otros: este niega lo que aquel afirma o quien otro trata de explicar, disimular, lo que uno más consideró equivocado o erróneo.
No se trata, de ningún modo, de un intento inútil de demoler la historia sino de sumarle aspectos desconocidos, ignorados, ocultados. No hay derecho a tanta mentira. En pleno siglo xxi es intolerable la difusión en academias, escuelas y colegios de un personaje que hizo más mal que bien, que fue exaltado a los honores públicos por una generación de políticos que no entendió su condición humana y propalaron lo malo como bueno, lo excéntrico como valor deseable. Se puede afirmar que los males de estos países tienen su origen en Bolívar: la corrupción, la demagogia, el caudillismo, la crueldad del paramilitarismo, la anarquía. Y, por supuesto, los males colaterales: narcotráfico, crimen organizado, robo de tierras, desplazamientos forzados, guerras sin cuartel a los líderes sociales, a las ideologías del otro o de los otros, los exterminios masivos, las chuzadas, los falsos positivos… La historia no registra un solo congreso, convención, asamblea constituyente que no esté matizado, permeado dicen ahora, por la manipulación, el chantaje, las intrigas y conspiraciones del amo de San Mateo.
Tampoco se trata de desconocer, ignorar o ridiculizar a los centenares de adoradores, secretos y públicos, que repiten, y amplían, la imagen de hombre, amante y guerrero seguramente bien documentados en las hagiologías, más que biografías, difundidas y aprendidas como catequesis pues o no tuvieron acceso a las decenas de libros “del otro lado” o los desconocieron olímpicamente o les fueron ocultados por razones ideológicas y de conveniencia. También el miedo, por razones obvias, tuvo su influencia en los enmascaramientos de esas otras caras de Bolívar que discuten al héroe pero lo hacen más humano. El matrimonio de Mariano Ospina Rodríguez, con la iglesia convirtió el bolivarismo en una religión con feligresía, doctrina y culto de tal manera que tratar de desenmascarar su hipotética figura de héroe, prócer, libertador era, es, una blasfemia. Y como en el caso de las iglesias, las blasfemias no son en contra de dios sino de los pastores, curas y fanáticos, en este caso, de los más aguerridos de los biógrafos. A Ducoudry Holstein, por ejemplo, lo satanizaron con el cuento de que sus memorias se debían a venganzas personales y odios explicables en las tensas relaciones de los dos generales. Así que los libros de Hippisley, Holstein, O´Leary, Sañudo, Martínez Zulaica, López de Mesa, Torres, Carbonell, difamados o recomendados, están ahí, dispuestos ahora al escrutinio público. También los fundamentales testimonios de Mosquera, López, Posada Gutiérrez, Peru de Lacroix, curiosamente olvidados o desechados por la historia.
Bolívar, la más grande mentira de la historia, está dedicado a los manifestantes del 21N, especialmente a los jóvenes que protagonizaron eventos importantes atribuidos a otros en el desarrollo de la historia. Por ejemplo, en 1830, 1831, 1834, 1849… Estos de ahora descubrieron, por fin, la maldad de la democracia, del congreso, de las leyes: en una verdadera democracia no habría educación pública vs. educación privada; salud pública vs. salud privada; pensiones públicas vs. pensiones privadas. Quienes votan para presidentes y congresos votan contra sí mismos, pues, más temprano que tarde, legislarán en contra de quienes escogieron sus nombres. Las leyes ahora rechazadas atacan, demuelen, violentan el futuro: la del primer empleo; la del menor salario, el salario por horas, la reforma laboral, la reforma de pensiones, los famosos emprendimientos, eso de Ser Pilo Paga, Educar por Colombia etc., socavan los cimientos de su propia vida, hacen indeseable la “educación” de por sí maltrecha, de baja calidad y mentirosa: ICFES, por ejemplo, diseña pruebas que muy pocos puedan sortear para endilgar la culpa del fracaso a profesores, padres de familia y alumnos. Y no se diga del ICETEX que se comporta como un banco con toda la carga de usura, desesperanza y frustración porque arriesga el patrimonio familiar, si lo tienen, y la vida laboral futura del deudor y sus avales.
A los jóvenes, repito, porque ya no comen cuento, dudan, investigan. Porque es tiempo de que todo lo sólido se desvanezca en el aire, de profanar todo lo sagrado, de revisar y construir su propia historia.
Adalberto Agudelo Duque
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