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Los Protocolos de los Sabios de Sión han sido siempre uno de los libros más leídos y discutidos de la historia. La siempre controversial disputa sobre su autenticidad ha ocupado la mayor parte de las discusiones. En esta edición, si bien el texto sigue la traducción original del ruso realizada por Serge Nilus, la introducción de Julius Evola -lo mejor que se ha escrito al respecto- lo posiciona de diferente manera:
Estos protocolos no dejan de ser una descripción del acontecer social que sigue siendo vigente y efectiva en su cometido. Por lo que, cualquiera sea su origen, nos encontramos ante un texto sumamente interes
Los Protocolos de los Sabios de Sión han sido siempre uno de los libros más leídos y discutidos de la historia. La siempre controversial disputa sobre su autenticidad ha ocupado la mayor parte de las discusiones. En esta edición, si bien el texto sigue la traducción original del ruso realizada por Serge Nilus, la introducción de Julius Evola -lo mejor que se ha escrito al respecto- lo posiciona de diferente manera:
Estos protocolos no dejan de ser una descripción del acontecer social que sigue siendo vigente y efectiva en su cometido. Por lo que, cualquiera sea su origen, nos encontramos ante un texto sumamente interesante por su capacidad predictiva. Sería difícil exagerar la importancia de este documento. Como pocos otros, tiene valor de “estimulante espiritual”, relevando horizontes insospechados y llamando la atención sobre fundamentales problemas de la historia occidental, por lo que no puede descuidarse ni aplazarse sin perjudicar gravemente el frente de aquellos que luchan en nombre del espíritu, de la tradición, de la verdadera civilización, dado que describen magistralmente el modus operandi de las verdaderas fuerzas que obran en la historia. El problema por lo tanto no sería el de su autenticidad sino el de su veracidad.
Los Protocolos contienen el plan de una guerra oculta, teniendo por objeto, ante todo, la destrucción completa de todo lo que es tradición, aristocracia, jerarquía, como asimismo todo valor ético, religioso, metafísico. A tal propósito, una organización internacional oculta estaría desarrollando una acción unitaria invisible, a la cual habrían de referirse los principales focos de perversión de la civilización y de las sociedades occidentales; liberalismo, igualitarismo, individualismo, libre pensamiento e iluminismo antirreligioso con todos sus derivados y apéndices que conducen hasta la rebelión de las masas y al mismo comunismo. También se habla de una “ciencia” igualmente creada a los fines de una acción desmoralizadora general, y se hacen significativas referencias a la superstición del “progreso”, al darwinismo, a la sociología marxista e historicista, etcétera. Todas ellas falsas teorías creadas con un fin disolvente.
En tercer lugar, una acción propiamente cultural: dominar los principales centros de enseñanza oficial, controlar la opinión pública mediante el monopolio de la gran prensa y difundir en los países dirigentes una literatura desequilibrada y equívoca, es decir, ocasionar un derrotismo ético, como complemento del derrotismo social, que se acrecentará mediante una ataque contra los valores religiosos y sus representantes, que no ha de llevarse a efecto de frente y abiertamente, sino remontando la crítica, la desconfianza, el descrédito con respecto al clero.
Se indica la “economización” de la vida como uno de los medios destructores más importantes: de aquí la necesidad de contar con una falange de “economistas”, instrumentos conscientes o inconscientes de los jefes en la sombra. Una vez destruidos los valores espirituales, que fueron base de la antigua autoridad, reemplazándolos con cálculos matemáticos y necesidades materiales, debe empujarse a los pueblos hacia una lucha universal en la cual creerán perseguir la satisfacción de sus intereses sin percatarse del enemigo común.
Finalmente, habrá que alimentar las ideas ajenas, y, en lugar de atacarlas, utilizarlas para la realización del plan final, por lo que se reconoce la oportunidad de defender los puntos de vista más diversos, desde el aristocrático o dictatorial hasta el anárquico o socialista, siempre que sus efectos converjan en el sentido del fin único. Asimismo, se considera la necesidad de destruir la vida familiar por su influencia espiritualmente educadora y la necesidad de embrutecer a las masas con deportes y distracciones de todo género, y de fomentar el lado pasional e irracional de las mismas, para quitarles toda facultad de discernimiento. Ésta es la primera fase de la guerra oculta: su objetivo es la creación de un enorme proletariado, es la reducción de los pueblos a un amasijo de seres sin tradición y sin fuerza interior.
Después de esta fase, se proyecta una acción ulterior basada en la potencia del oro. Los jefes ocultos controlaran el oro del mundo y, por su medio, el conjunto de pueblos desarraigados, con sus dirigentes aparentes.
No importa tanto si estas fuerzas sean judías o no, de hecho se debería evitar la estrategia del chivo expiatorio que culpa de todo a los judíos y no deja ver claramente las fuerzas en acción, dado que seguramente gran parte de los judíos no son parte del plan ni sus actores principales, que se verían beneficiados por una ataque a personas que nada tienen que ver. Esto no exculpa sin embargo a cierto espíritu hebreo que se deja traslucir en la ley judía, tanto en el Antiguo Testamento como en sus comentarios, sobre todo el Talmud. Deducir de esta ley todas sus consecuencias lógicas en términos de un plan de acción significa exactamente llegar más o menos a cuanto se encuentra de esencial en los Protocolos. Y es esencial en este punto destacar que mientras el hebraísmo internacional empeñó todas sus fuerzas en demostrar que los Protocolos son falsos, ha evitado siempre y con el mayor cuidado el problema de ver hasta qué punto tal documento, sea falso o verdadero, corresponde al verdadero espíritu hebraico. La esencia de la ley hebraica es la distinción radical entre el hebreo y el no hebreo más o menos en iguales términos que entre elegidos y esclavos; es la promesa de que el reinado universal de Israel, tarde o temprano, llegará, y que todos los pueblos han de yacer bajo el cetro de Judá. Es, finalmente, la santificación del oro y del interés como instrumentos de la potencia del hebreo, al que, por promesa divina, pertenece toda la riqueza de la tierra y que está legitimado para “devorar” todos los pueblos que el Señor Yahvé le dé. Todo esto es literalmente confesado en libros cuya autenticidad no puede ser negada, como el Antiguo Testamento y el Talmud.
Sería un error sin embargo pensar que todo lo que el judaísmo hace sigue los lineamientos de este plan. Para nosotros de todas formas sería irrelevante en tanto que lo que en realidad negamos es el derecho de unos "elegidos" a subyugar a los demás, sea cual sea el origen de estos elegidos.
Nosotros sabemos lo que tenía de grande nuestra antigua Europa imperial, aristocrática y espiritual, y sabemos que esta grandeza ha sido destruida. Hemos estudiado las fuerzas que han llevado a efecto dicha destrucción. Esto basta. Lo que se impone, en cambio, es el retorno integral a la idea espiritual del imperio, es la voluntad precisa, dura, absoluta, de una reconstrucción realmente “tradicional” en todos los dominios, y ante todo en el del espíritu, del cual depende todo el resto. Todo depende de que tales fuerzas lleguen a la plena conciencia de sus cometidos y de los principios que han de seguir inflexiblemente en su acción; de que tengan el valor de un radicalismo primeramente espiritual y rechacen todo compromiso o transacción, toda concesión a las fuerzas que intentan dominar el mundo.
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