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Charles Maurras constituyó un hito en el pensamiento político de derecha. La pulcritud de su estilo, el rigor y lo afilado de su raciocinio, tanto como lo tradicional de sus ideas, lo convirtieron en un referente intelectual ineludible en la Francia de su época, hasta el punto que se llegó a escribir que para orientarse políticamente un joven francés no tenía más elección que entre Karl Marx y Charlas Maurras. Su pensamiento fue rápidamente difundido por todo el mundo y también en Argentina fue una referencia constante para el pensamiento de derecha.
Propagandista de la restauración de una monarquía que debía re
Charles Maurras constituyó un hito en el pensamiento político de derecha. La pulcritud de su estilo, el rigor y lo afilado de su raciocinio, tanto como lo tradicional de sus ideas, lo convirtieron en un referente intelectual ineludible en la Francia de su época, hasta el punto que se llegó a escribir que para orientarse políticamente un joven francés no tenía más elección que entre Karl Marx y Charlas Maurras. Su pensamiento fue rápidamente difundido por todo el mundo y también en Argentina fue una referencia constante para el pensamiento de derecha.
Propagandista de la restauración de una monarquía que debía respetar, contra el jacobinismo, las particularidades regionales, su figura fue en cierto modo silenciada luego de su ambiguo papel en la Francia ocupada pero no por ello dejó de ser una personalidad enormemente influyente, incluso en arte y literatura.
En "El orden y el desorden", tan breve como sustancioso ensayo, nos presenta resumidamente sus opiniones generales sobre Francia, su historia, su organización social, las causas y consecuencias de la Revolución de 1789, la institución monárquica, el socialismo, el destino nacional de su patria.
El eje de su análisis es la idea de orden, pero, una idea con la marca del pensamiento de Maurras: clarificada, perfectamente definida, con causas y consecuencias vívidamente marcadas.
Toda acción política eficaz necesita primero un orden. Para accionar hay que escoger, clasificar. La vida entera se cimenta en este problema de organización. No es la libertad lo único que importa. Obrar con método, vivir humanamente y razonablemente, requiere principios diversos de la libertad de los elementos recibidos, sufridos y considerados.
Un alma grande no está signada por la libertad sino por su grado de servidumbre a una idea que la trasciende; y su grandeza se estima con no menor precisión a través del contraste entre sus energías naturales y la regla superior que las encauza.
Hay que adoptar un principio y permanecer fiel al mismo. No para aniquilar toda idea diferente, sino para componerlas en torno de su centro normal, para acomodarlas y graduarlas por debajo de éste, tan numerosas y vivas como fuere posible y a fin de utilizar aproximadamente todo y no dejar de emplear nada.
Las ideas de autoridad, jerarquía y aristocracia se presentan espontáneamente ante el pensamiento como las condiciones naturales del orden.
Incluso las ciencias morales son susceptibles de una disciplina, de un orden contra el cual es inútil componer ironías o sembrar al azar pequeños ardides de escepticismo capcioso.
Es un error haber inscripto los Derechos del hombre en la base del monumento al genio latino. Lo que el genio latino ha enseñado y practicado y por lo cual ocupa un sitial de honor entre las razas humanas, son el deber, el saber y el poder, las armonías y disciplinas profundas de éstos, la ciudad y el espíritu humano, el primado de la ley por la paz. Una consecuencia y no un principio es que la dicha y la libertad surjan de ello. Pero si dicho orden se trastrueca, si se trata de transformar un efecto en causa, un resultado en objeto principal, llega lo inevitable que es la decadencia o el retroceso de los pueblos que han recibido ingenuamente y practicado con sinceridad tales errores.
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